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Los infieles ¿nacen o se hacen?

La naturaleza libre del ser humano se palpa en la medida en que la persona elige y hace suyas las opciones  a las que se compromete.  La libertad de elegir y responder por la elección hace de la fidelidad un valor, si no ésta sería simplemente un designio.

En la infidelidad se rompe un pacto de amor implícito o explícito de amor, de exclusividad y de lealtad a los sentimientos que unieron a la pareja y no es una conducta exclusiva de un género en particular.

 

Según una afirmación hecha por los biólogos G. Williams y R. Trivers:

El principio máximo es que el hombre (no la mujer), ocasionalmente es infiel para  equilibrar la dispersión genética.

 Esta afirmación se contrapone a la idea de que los seres humanos pueden ser monógamos por naturaleza. Según esto, los seres humanos, no "las humanas", son por naturaleza polígamos.  La razón es simple: un macho puede preñar a muchas hembras durante un año, por ejemplo, y una hembra sólo puede tener un hijo cada nueve meses.  Por esta sencilla razón, según esta cita y según mucha gente, la poligamia es un privilegio masculino necesario.

Si se considera esta  postura puramente biológica extrapolada de un estudio de ácido desoxirribonucleico (ADN) con palomas, como válida para los seres humanos, diríamos que nacen más hombres infieles que fieles. La infidelidad desde tal postura sería una cualidad intrínseca a la evolución genética y a la capacidad de reproducción. Según esto los casos infrecuentes de varones que deciden ser fieles van contra natura.  Sin embargo, por muy apoyado que se encuentre este estudio en el ADN de las palomas o en la conducta de los chimpancés, los seres humanos tenemos otros elementos además de los biológicos que determinan la conducta, tal como sería la dimensión espiritual donde estarían por ejemplo los valores.  No hablamos de espiritualidad con un referente religioso, sino como una habilidad superior de los seres humanos donde estarían ubicadas la libertad, la responsabilidad y la voluntad.

La fidelidad empieza por uno mismo y se manifiesta en un esfuerzo de la voluntad para llegar a ser eso que se quiere ser.  La fidelidad a uno mismo sólo se logra cuando hay una conciencia responsable sobre la propia vida, siendo ésta un paso previo necesario para conseguir el resto de las fidelidades.  Por lo tanto, ser fiel a una idea, una causa, una creencia o un sentimiento, se expresa en un comportamiento que se refuerza mediante la voluntad que se alimenta de la libertad y el compromiso.

 

La infidelidad se gesta y se perfecciona en un contexto de engaño.  Es mucho más que sólo la experiencia sexual o “amorosa” fuera del matrimonio, es buscar otra pareja cuando hay un compromiso libremente aceptado y sustentado en una serie de promesas mutuas previas, habladas o no, que han llevado al menos a uno de los dos a creer en la exclusividad y a confiar en que la pareja se unió por amor recíproco y que por lo menos uno de ellos sigue considerando vigentes los planes de vida y promesas de lealtad que hicieron ambos, con todo lo cual se fragua una dolorosa traición.  Se pierde la confianza del supuesto acuerdo de exclusividad y continuidad en la pareja.  La infidelidad duele, pero el engaño y la traición son los que duelen más. 

 

La fidelidad a la pareja es conservar en el tiempo el vínculo afectivo de manera estable y exclusiva.  No sólo a la declaración explícita de renuncia a relaciones sexuales o de intimidad emocional con otras personas, sino a la voluntad de permanecer fiel a un sentimiento, potenciándolo con dedicación, esfuerzo, ilusión y esperanza.

 

Fuente: Baizán, B. M.  (2009). Infidelidad: una ruta de salida. México: Trillas.

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