La culpa es una emoción que aparece cuando interpretamos que no estamos a la altura de lo que esperamos de nosotros mismos. Las razones son diversas, desde posibles errores cometidos con otras personas, conductas equivocadas, fracasos personales, ante reacciones de otras personas, frases que nos dicen, pensamientos que tenemos, incluso ante hechos positivos. Es una emoción inútil, con ella solo logramos darnos de latigazos sin parar por lo ocurrido. Pero no aprendemos de la experiencia, no crecemos, no sirve para arreglar ningún problema, ni afrontarlo. Lo único que hacemos es machacarnos, llenarnos de ansiedad o frustración y disminuir nuestra autoestima.
La culpa se aprende a través de nuestras experiencias personales y la cultura, provoca distorsiones de la realidad y por lo tanto de nuestras emociones. Por eso es importante darnos cuenta como elaboramos las interpretaciones erróneas de nuestra vida que nos generan culpa. Hay culturas excesivamente moralistas, rígidas o puritanas que remarcan las consecuencias terribles de equivocarse. A veces tener alguna figura paterna perfeccionista, moralista o chantajista emocionalmente influye en nuestra interpretación de lo que está bien o está mal en la vida. El perfeccionismo, el miedo al conflicto, la excesiva responsabilidad por los demás o las dependencias afectivas; son los “debería” que llenan nuestra vida de ideas irracionales y pensamientos distorsionados que alimentan la culpa.
En un proceso de duelo al principio aparece la culpa, porque persiste la sensación de que pudimos haber hecho algo para evitar la muerte del ser querido. Sin embargo, no es normal cuando este sentimiento de culpa es constante y permanece a través del tiempo. Lo que es síntoma de no haber superado de manera sana un proceso de duelo.
La culpa tiene efectos negativos. Nos impide responsabilizarnos de nuestra propia vida, nos inmoviliza, disminuye nuestra estima, nos impide tomar decisiones sanas, podemos crear una espiral de autodestrucción, genera un cúmulo de ira, ansiedad y frustración innecesarios, no aceptamos el posible error, no crecemos, caemos en el peor de los victimismos, empeora nuestras relaciones, genera dependencias afectivas, se relaciona con varios trastornos psicológicos, nos hace infelices.
Wayne Dyer escribe en su libro “Tus Zonas erróneas”, que la culpa es una técnica de evasión que impide trabajes por ti mismo y en ti mismo en el momento presente. Es una manera de trasladar tu responsabilidad por lo que eres o no eres ahora a lo que eras o dejabas de ser en el pasado. Evitas el trabajo pesado y los riesgos que significa cambiarte a ti mismo ahora. Existe la creencia de que si te sientes lo suficientemente culpable, quedarás exonerado de tu mal comportamiento. Puede ser el medio para volver a la seguridad de la niñez, cuando otros tomaban decisiones en tu nombre y se ocupaban de ti. A veces se consigue la aprobación de la gente al sentirte culpable, porque demuestras que sabes bien como comportarte. En resumen, es una manera espléndida de transferir la responsabilidad de tu comportamiento hacia los demás, y ganarte la compasión de la gente, en vez de amarte y respetarte.
Fuente: Burque, J.
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Laura pilar Montes De Oca Garro (miércoles, 26 junio 2019 17:51)
Que importante es aprender a manejar nuestras emociones, pero lo prinero es darte cuenta de que necesitas ayuda....y pedirla��