La muerte por suicidio tiene un matiz adicional que suele dificultar la elaboración y superación del duelo. El suicidio deja muchas interrogantes. Por más que lo intentas, nunca consigues entender las razones que llevaron a tu ser querido a quitarse la vida.
Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que se suicidó. El que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento. Si supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo cuando hay hijos, no se suicidaría. Ésta razón es muy dolorosa para sustentar después la autoestima. De alguna manera su capacidad de deducción se detiene y no le permite razonar adecuadamente.
Sentirse culpable también es algo muy normal, sobre todo después de la muerte con etas características. Recuerda que no pudiste elegir por él o por ella, y que la decisión del suicidio fue enteramente suya. Acepta también que, a pesar de lo que hubieras podido decirle, tus palabras difícilmente habrían sido suficientes para cambiar su decisión.
Conforme la tormenta de emociones se vaya calmando, surgirá poco a poco la aceptación. Date tiempo para llegar allí, un duelo por suicidio necesita más tiempo para sanar. Sé paciente y trabaja la idea del respeto por su elección, aunque no estés de acuerdo.
La muerte de un ser querido, cualquiera que sea el vínculo, es la experiencia más dolorosa por la que puede pasar una persona. Como en ninguna otra situación, el dolor atraviesa el tiempo. Duele el pasado, duele el presente y especialmente duele el futuro. Es una experiencia muy dramática, pero es parte inevitable de la vida. La probabilidad de experimentar el duelo por alguien querido aumenta con nuestro propio envejecer y con nuestro propio riesgo vital.
Fuente: Bucay, J. El camino de las lágrimas
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