Durante el proceso de duelo, es necesario conciliar todos los asuntos pasados, las tensiones y los problemas que quedaron pendientes con la persona que murió. Los sentimientos que se experimentan son intensos y pueden perdurar más del tiempo que se espera socialmente, todos somos diferentes y su elaboración está sujeta a diversos factores.
La capacidad de orientar el dolor está en comprender tus sentimientos y aprender a vivir con la pérdida y el cambio. De acuerdo con la doctora Kübler-Ross, la mayor parte de los dolientes experimentan periodos de negación, enojo, negociación y depresión antes de llegar a la aceptación. Otro sentimiento del que pocos se escapan, es experimentar culpa.
La culpa surge de la idea de que debimos haber dicho o hecho, o de algo que dijimos y deseamos no haber dicho. En el momento que te descubras diciendo debí o hubiera, te colocas en la posición para sentirte culpable. Es importante saber que hay culpas reales y culpas imaginarias. Te ayudará reflexionar al respecto, para darte cuenta si son genuinas, o fueron acciones intencionadas.
Si la culpa es genuina te permitirá asumir la responsabilidad y actuar con mayor madurez en el futuro. De lo contrario, la culpa infundada se crea al repetirnos “si sólo y si hubiera”, la realidad es que no dispones de los hechos para saber lo que hubiese ocurrido diferente. Este sentimiento sólo retrasará tu recuperación.
O’Connor (2007) advierte que es una elección sentirse culpable durante un tiempo prolongado, así como también elegir no sentir culpa y aceptar la realidad de lo que ha pasado. Las equivocaciones son valiosas sólo cuando aprendemos de ellas. La muerte ya no se puede cambiar, pero sí puedes modificar lo que piensas al respecto.
Fuente: O`Connor, N. (2007). Déjalos ir con amor. La aceptación del duelo, pág. 47. México: Trillas.
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